por Alessandro Baricco
[...]A veces, no hacemos más que concluir trabajos que habían quedado a medias. Y empezar trabajos que otros terminarán por nosotros. Lo decía mientras seguía caminando, aunque a esas alturas hacía un rato que ya había dejado de saber adónde iba. Llevado por sus involuntarios pasos, había empezado a dar vueltas alrededor de una manzana, porque una forma de inercia prudente, tal vez engendrada por la niebla, lo había impulsado a rechazar, en determinado momento, cruzar la calle. Así, sin darse cuenta siquiera, había girado a la izquierda, siguiendo la orilla de los edificios, y desde allí, prosiguiendo con el giro hacia la izquierda, era como si hubiera encontrado un carril que fuera suyo, un amparo para sus palabros. Cuando acabaron la primera vuelta. Utimo se encontró delante de un escaparate que ya había visto, y que no esperaba volver a ver en su vida. Se quedó estupefacto. Habían caminado sin pensar, como hacen los que se pierden: pero la ciudad los había llevado de nuevo hasta allí, como un perro pastor. Mientras su padre seguía recto, sin dejar pasar el rosario de la sangre y de la tierra, él, al seguirlo, intentó comprender qué era, exactamente, lo que había pasado, y por qué una nadería semejante lo había turbado. Tal vez fuera la niebla, o las historias de su padre, pero se le ocurrió pensar que, de seguir así, durante horas, al final acabarían desapareciendo. Acabarían siendo tragados por sus pasos. Porque, por regla general, caminar es ir sumando pasos, pero lo que ellos estaban haciendo, en aquel lugar, era restarlos, en un cálculo exacto que períodicamente te llevaba al cero. Pensó en la pureza, indiscutible, de ese camino al revés. Y por primera vez, aunque de una manera confusa, intuyó que todo movimiento tiende a la inmovilidad y que sólo es hermoso el caminar que lleva hasta uno mismo.
Unos años después, en el trazado de una pista de aterrizaje, en tierra extranjera, Ultimo haría de esa intuición el diseño consciente de su vida. Por eso mismo, aquella niebla y aquella ciudad, absurdamente ordenada, no podría olvidarlas nunca. En cierta ocasión, cuando se había convertido ya en un hombre solo, incluso pensó en regresar: pero luego las cosas salieron de manera distinta, y fue mejor así. Le habría gustado encontrar el punto de la acera en que su padre, tras cuerenta minutos de recorrido, con un total de once vueltas a la manzana, se había parado de golpe, y levantando la cabeza había hecho una pregunta maravillosa:
-¿Dónde coño hemos ido a parar?
No había una respuesta para aquella pregunta, le contó en cierta ocasión Ultimo a Elizaveta. Y eso era lo maravilloso. ¿Dónde va a parar alguen que durante una hora da vueltas a la manzana? Piénsalo. No hay respuesta.
...
miércoles, 12 de marzo de 2008
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1 comentario:
¡Excelente libro!
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