El mundo es un ano, un culo increíble donde crecen pollas y tetas. Montañas, cráteres y torres inhiestas. Campos plantados de pelusilla, de pelos frescos y de espinillas como coliflores, regados con mucho sudor que desprende un aroma a queso rancio. Un mundo de sábanas con inequívocas manchas amarillentas donde todo está erguido, excitado, turgente, a punto de estallar. La sexualidad se impone: sólo, en pareja, en grupo, da lo mismo, cada uno se rasca donde le pica. No se sabe pero se aprende, se descubre, se palpa, se crece, una y otra vez. En ese mundo hay oquedades donde, todavía, reinan la ingenuidad de una mirada desorientada, los juegos, las grandes hazañas y las lealtades malentendidas. Una tierra cóncava y convexa en la que no hay nada de lo que estar seguro, y por eso, te agarras a tus amigos como única verdad, el resto no importa son simples enemigos que acechan. Un universo entre el sí y el no, entre lo que no se es y lo que se será, un mundo incómodo que hace crecer la actitud con su cara de pocos amigos, siempre irritable, pero es que los demás nunca comprenden nada. Un planeta de gigantes donde no hay tiempo, no hay pasado, no hay futuro sólo el ahora, por eso todo es importante, demasiado importante para ser comprendido. Allí, en ese cosmos de corrientes de pensamiento absoluto, de voluptuosos soles candentes que dan sombras de verdad o de mentira, menos mal que a veces, un líquido dulzón y viscoso lo inunda todo. Se hizo la luz.
Bravo Trujillo
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El Estafador
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